El Hombre Estúpido

Era estúpido aquel hombre y lo echaban de todas partes,
pues mojaba todo aquello que se le ponía delante:
inundaba las iglesias, las tabernas y los parques,
no con vómito u orina, sino con los lagrimales.

Los mendigos se mofaban de su aspecto deplorable
y no había bibliotecaria que quisiera ya prestarle.
Así que un día el hombre idiota fue al doctor a visitarse
y antes de que lo atendieran, ahogó a dos practicantes

De cabeza al calabozo: lo encerraron sin juzgarle.
Mas la fuerza de su pena reventó candado y cárcel.
Y el cobarde de aquel hombre tuvo entonces que exiliarse
donde no lo persiguieran con bayetas y con baldes.

Arribó a una isla blanca donde hay calas y pinares
y creyó encontrar su sitio entre finos arenales.
Pero un día un turista, con la maglia azul del Nápoles,
plantó sombrilla y toalla junto al triste botarate.

Y sacó un radiocasete y, tras una de Perales,
otra de Tony Dallara descorchó los lagrimales.
Y el imbécil de aquel hombre, incapaz de soportarse,
se metió muy mar adentro, que las olas lo tragasen.

Transcurrieron varios lustros sin que no lo viera nadie
y vivieron los isleños mucho más felices que antes
pues, según comentan todos, cuando aquel impresentable
en el mar hundió su pena, les ahogó también los males.

Cuando sube la marea, me relatan los que saben,
y se encienden las aceras de luciérnagas y amantes,
es que el hombre está llorando en su lecho de corales
y los lugareños bajan a la playa a consolarle.

Era estúpido aquel hombre y lo echaban de todas partes,
pues mojaba todo aquello que se le ponía delante:
inundaba las iglesias, las tabernas y los parques,
no con vómito u orina, sino con los lagrimales.

Fue un estúpido aquel hombre por no haber sabido darle
lo que quiso de él su amada hasta que era ya muy tarde.
Fue un estúpido aquel hombre y cuando al fin intentó darle
lo que de él quería su amada ya era demasiado tarde.