La guapa del obispo
Cuando entraba en el Pay Pay
los casados se tapaban,
los solteros se reían
y las putas se persignaban.
Iba pa un reservaíto
y divisaba el panorama
que según la clientela
así confesaría mañana.
“Niña, ponme un aguardiente
que el diablo está al caer.
No te lleves la botella
que se la bendeciré”.
Y cuando entraba La Guapa
no había más hombre que él
y su hombre le perdonaba
ser puta para comer.
Y cuando entraba La Guapa
allí no había más mujer
y su hembra le perdonaba
poner cuernos a su fe,
poner cuernos a su fe.
No faltaba ni una noche
a su escarnio y sacrifico
y creció y creció el romance
de la puta y el obispo.
Dios no estuvo de su parte
cuando un día lo exiliaron
y se tatuó el nombre de ella
con la punta del rosario.
En su última homilía
se dijo: “A Roma por to”
y delante de to Cai
ecce-homo confesó.
Y entró de luto La Guapa;
la catedral se calló,
se fue hacia él, peregrina,
y se abrazaron los dos.
E igual que la Magdalena
en vez de la comunión
juntó sus labios a sus labios
poniendo cuernos a Dios,
poniendo cuernos a Dios.
Cuando vayas al Pay Pay
tú pregúntale a Paloma;
lo mismo dice que es mentira
y me joderá esta historia:
una historia de amor
que puso los cuernos a Dios.