A Cátulo Castillo
Tu muerte fue una tarde muy cálida de Octubre;
acaso presentiste que sucediera así:
en plena primavera y cuando el sol se viste
de luz y mariposas y el aire de jazmín.
A vos que te gustaba, profundamente serio,
desentrañar las cosas, llegaste a tu confín
y esa doliente tarde entraste en el misterio
para volver en tango, ¡mi viejo Catulín!
Me duele el sol
y hasta el alcohol,
me pone triste.
Qué ausencia cruel
de pan y miel
cuando te fuiste...
Desde la luz de tu bondad eterna
nos sonreirás
con la piedad más tierna...
Me duele andar
y respirar
sin ti...
Recordaré tu nombre y tu mirada pura,
tu oleada de ternura, mi viejo Catulín.
Tu cara y el asombro donde asomaba el niño,
tu río de cariño en medio del trajín...
La esgrima de tu prosa, tu verso cadencioso,
nostálgico y celoso de esquinas y fondín,
recordaré al nombrarte tus fraternales manos
y la palabra ¡Hermano!, ¡mi viejo Catulín!