La Gata en el Tejado

Javier Ecay

Hiciste que ocho calles se uniesen de forma extraña.
Hiciste que al mirarte, pensase en las musarañas.
Hiciste que la luna se muriese cuando brillas.
Y la hiciste renacer tras matarme de cosquillas.

Me hiciste dibujar tu nombre en el cristal que empañas.
Me hiciste ver mi cuerpo bello si el cuello me arañas.
Hiciste que mi voz caminase de puntillas.
Por los huecos que dejabas en tus medias de rejilla.

Me hiciste confiar en mí, borrar lo que me daña.
Me hiciste amarte a ti, en lo más profundo, en mis entrañas.
Me proclamaste Dios, encontrándome hecho astillas.
Y hoy es ese mismo Dios, el que te reza de rodillas.

Y amo el dulce de tus labios en mis noches más amargas,
Y un mensaje a medianoche, cada noche que me importas.
Y es verdad, te miro el culo cada vez que te me largas,
Porque quiero ver tus piernas largas en distancias cortas.

(-) Ella es Musa, es la inspiración.
Cuando pisa suena el eco del disparo de un cañón.
Porque sabe a ciencia cierta que ha venido a dejar huella.
Es la gata del tejado a la que envidian las estrellas.

Y cada vez que la miro, tengo claro que era ella...

Porque ella vino al mundo, y puso todo del revés.
Dejó a Chichen-Itza temblando bajo sus pies.
El Taj Mahal entero envidió el tono de su piel.
Y en mitad de sus talones, se estancó la torre Eiffel.

Ya quisiera el Coliseo que Roma fuese su espalda.
Y hasta el Cristo Redentor la llama Diosa si hace falta.
Esa gata que maullaba en mi tejado sola al cielo.
Cogió las Maravillas, y las dejó al ras del suelo.

No sé explicar como me siento si me mira,
Ni esas ganas de besar el suelo por el que camina.
Ella es el motivo de mi fuerza en días flojos.
Y yo que odiaba el café, hasta que probé tus ojos.

La chica de los labios rojos, en las tardes frías.
La sonrisa de las 12, que hizo renacer la mía.
La niña que sabía que en su mano me tenía,
Y prefería darle vida a todo, y manterme en línea.

Y esa línea tan delgada entre el cariño y la necesidad,
La cruzó como ella quiso, pidió paso sin piedad.
Y aquella niña que emanaba timidez,
La perdió a base de besos, y nunca la volvió a ver.

Se volvió aquella mujer a la que el mundo envidiaría.
La que puede cambiar todo en el momento que sonría.
La que puede hacer que todo arda, y a la vez enfría.
La que enseña mil lecciones, y a la vez te desvaría.

La mujer a la que haría un monumento si pudiese.
Pero no sé hacer un monumento de otro que existiese.
Por lo tanto me retracto, y hago lo que necesito.
Y dejo en constancia su leyenda por escrito.

Su cuerpo sigue siendo el templo que me lleva lejos.
Y por eso ahora rebato la teoría del Principito.
No es verdad que lo esencial es invisible a los ojos,
Porque yo veo cada día a la mujer que necesito.

Es la gata del tejado a la que sé que necesito...

Porque ella vino al mundo, y puso todo del revés.
Dejó a Chichen-Itza temblando bajo sus pies.
El Taj Mahal entero envidió el tono de su piel.
Y en mitad de sus talones, se estancó la torre Eiffel.

Ya quisiera el Coliseo que Roma fuese su espalda.
Y hasta el Cristo Redentor la llama Diosa si hace falta.
Esa gata que maullaba en mi tejado sola al cielo.
Cogió las Maravillas, y las dejó al ras del suelo.

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